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La cocina es mi pasión desde que tengo uso de razón. A mis diez años mis padres estaban trabajaban en el campo, en mis vacaciones de verano era la encargada de terminar de elaborar la comida previamente elaborada por mi madre, hacer las tareas domésticas, hacer la compra…
Pero no me gustaba en absoluto seguir las instrucciones de mi madre, de modo que en ocasiones ella no dejaba nada preparado y yo inventaba un plato, algo que nunca antes habíamos comido en casa. En ocasiones aquello era incomible, otras me miraban asombrados ya que no daban crédito a que aquel plato había sido elaborado por mí.
En aquella época, años 90, no teníamos internet en casa para buscar información, en mi casa tampoco había libros de recetas, lo cual era todo pura imaginación.
Esto es algo que hoy en día todos vamos perdiendo, ya que es muy fácil encontrar algo a través de internet.
De modo que los años fueron pasando y fui aprendiendo y adquiriendo mi propio estilo en la cocina.
Así que llegó el momento de inscribirme a una escuela de cocina de alto prestigio en mi ciudad. Nos hicieron a todos los interesados un examen y una entrevista personal. Fui elegida para un curso anual en el que al finalizar sería cocinera profesional.
El primer día de clase, algo no me gustó, la forma en la que los profesores se dirigían a los alumnos no era la más adecuada, pero no presté mucha atención al asunto y continué.
A la semana siguiente estábamos todos en cocina, con nuestros uniformes, picando cebollas, pelando patatas, pochando verduras, etc. No habíamos tenido clases de teoría y ya estábamos todos corriendo en la cocina. Nos gritaban: “corred”, “no quiero ver a nadie parado”, “quitad de ahí”. Yo me preguntaba si aquello era un concurso de televisión o un curso de formación. A nadie le gusta que lo traten así pero en parte todos aceptamos ese trato desde el momento que no degimos nada.
Tras otra semana dura, pues nunca me habían tratado así, decidí abandonar el curso, me despedí de todos en clase, del profesor también, el cual me preguntó los motivos por los que abandonaba el curso y ante mis compañeros le expliqué que no tenía pedagogía para ser profesor de cocina aunque fuese muy buen cocinero.
Hoy en día, me sigo formando, a través de internet, libros y sobre todo mi propia imaginación.